martes, 23 de mayo de 2023

La Comunidad de Campesinos de “Calderetas” en Villamiel de Toledo

La pasada semana tuve la oportunidad de conocer a José Antonio Téllez de Cepeda García, nieto de Antonio Teodosio Téllez de Cepeda Aguado (Yunclillos, 1891 - Huecas, 1936), que fue médico en Huecas y acabó cruelmente asesinado en Huecas en el verano de 1936. José Antonio, me ha facilitado la noticia gráfica de “Claridad. Diario de la noche” (año 1, nº 2, Madrid, 07/04/1936) que recogió un reportaje sobre la colectivización de la finca Calderetas el 01/04/1936. Una noticia que sabíamos que había salido en prensa por declaraciones de vecinos de Villamiel que recordaban haberla visto y leído en casa de sus padres y/o abuelos, pero que hasta el momento no habíamos recuperado y compartido. De momento, solo habíamos compartido algunas de las geniales fotografías de Alfonso.

 

La finca Calderetas, localizada entre Villamiel y el puente de El Calvín sobre el río Guadarrama, era propiedad de José Antonio Téllez de Cepeda Agudo (Villamiel, 1872 - Madrid, 1942), alias “el Señorito”, vecino de Huecas, alcalde de Huecas desde 1925 a 1931 y marido de Modesta Josefa López Téllez de Cepeda (Huecas, 1868 – Madrid, 1940), que eran los mayores terratenientes de Huecas y poseían propiedades en los pueblos de alrededor. El matrimonio no tuvo descendencia y la finca recayó por herencia en manos de Trinidad Alonso Téllez de Cepeda, sobrina de “el Señorito”, viuda del médico, madre de José Antonio y abuela del José Antonio que ha proporcionado la noticia. Parece, sin confirmar, que fue una herencia en compensación de la trágica muerte de su marido, que actuaba de administrador de las propiedades del matrimonio, a la vez que ejercía de médico. La finca fue vendida en los años 60 y ahí acabó la vinculación con los Téllez de Cepeda.

 

Uno de los protagonistas de la noticia, “el Moreno”, se trata de Estanislao Rodríguez Bargueño, liberado del campo de concentración Nazi de Dechau en 1945. Otro es Orencio Labrador Maza, secretario de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra en la provincia de Toledo, organizador del “Regimiento de Campesinos de Toledo” al iniciarse la Guerra Civil.


 

CON LOS CAMPESINOS COLECTIVISTAS DE ESPAÑA

La alegría de un pueblo de un pueblo redimido. En Villamiel forman Comunidad ochenta y tres campesinos. - ¡El hambre que nos han hecho pasar!

 

Villamiel es un pueblecito de la provincia de Toledo, tan tranquilo que ni siquiera turban su sosiego los automóviles. La carretera lo deja a un lado y la estación más cercana dista un buen trecho. Sin embargo, el sosegado pueblecito vive estos días un drama que hace vibrar de entusiasmo los corazones de la mayoría de sus vecinos, aunque ponga turbación la mentalidad de algunos pocos.

 

         Los vecinos de Villamiel son braceros casi en su totalidad. Desde hace tres años no trabajan sino muy raras veces. Algunos nunca. Estos últimos habían cometido un delito imperdonable: eran directivos de la Sección local de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra. “¡El hambre que nos han hecho pasar!”, nos repite una y otra vez “el Moreno”, magnífico luchador socialista. “Pero no nos hemos rendido. Ese es nuestro orgullo” Hasta el cacique, el terrateniente ese a quien el Instituto de Reforma Agraria acaba de expropiar, siente cierto orgullo local por la entereza de los compañeros de Villamiel. Se lo decía no hace mucho a los de otro pueblo, con un dejo de desprecio: “Los de Villamiel no se rinden”.

 

         He ahí el drama  que ha tenido estos últimos días un desenlace feliz para los sufridos trabajadores de la tierra. El terrateniente ha sido expropiado; la magnífica finca de Albadalejo o Calderetas es suya, ¡suya! ¡De los trabajadores que habían tenido hasta ahora más tierra que la del cementerio, y aun esa es común! Y con la tierra les han dado la casa de labranza, situada allá, en un altozano, de cara al arroyo y a la carretera; la casa de labranza con sus magníficas mulas, las yuntas de bueyes, el caballo semental y la yegua de vientre, el rebaño de ovejas y de corderos pascuales … ¡todo!

 

         Llegamos a Villamiel a los cuatro días de haberse realizado la entrega formal de la finca para el asentamiento de ochenta y tres vecinos. Quedan todavía por asentar bastantes, pero la alegría es general y la esperanza de todos en un mañana mejor es bien fundada. Aún quedan otras fincas en el término del pueblo susceptibles de ser expropiadas. Quizá sobre alguna tierra para que con ella puedan remediarse los campesinos pobres de algún pueblo colindante que no tienen en su término municipal tierra suficiente para sus necesidades. Los villamielanos son buenos socialistas y saben elevarse por encima de egoísmos, que en otros pueblos están a punto de dar lugar a desagradables conflictos.

 

Breve historia de “El Moreno”

         ¿Por qué vamos a nombrar a este dinámico campesino toledano por el nombre de pila y el apellido de la familia si todos lo conocen por “el Moreno” cuando no por “el Moro”? Hemos encontrado en Villamiel tipos magníficos de campesinos -tanto de varones como de hembras-, pero “el Moreno” es tal vez el de más carácter. Llegamos a su casa, a un extremo del pueblo. Casa modesta; modestísima. Dos habitaciones y cocina. Todo como el oro limpio y reluciente. La compañera de “el Moreno”, alta, erguida, de facciones enérgicas, tiene también el ánimo bien templado para la lucha. Alguien, con funciones de autoridad, se había dejado decir que él haría y acontecería al “Moreno”. “Si tú le tocas el pelo de la ropa a mi compañero, te meto en el corazón un cargador”, le dijo esta mujer enérgica y amante, llamando aparte al bravucón.

-¡El hambre que nos han hecho pasar!, nos repite como un estribillo “el Moreno”. Yo, menos mal, decidí lanzarme a todo: a transportar pescado, a llevar género de Madrid a Arganda, a hacer expediciones de pájaros … Está prohibido, sí señor. Ya lo sé. Pero las alondras tienen un magnífico mercado en Madrid y Barcelona. Más de un susto me tienen dado los motoristas. Sin embargo, había que tirar adelante en espera de mejores tiempos. Lo que partía el corazón era el ver a estos compañeros del pueblo, que se pasaban meses y años sin ganar un mal jornal.

-Eso ha terminado, felizmente.

-Todavía hay que luchar mucho. El repecho es largo y duro. Ya tenemos la tierra, es verdad. Pero, ¿sabes tú la responsabilidad que nos hemos echado encima? ¿Sabes tú lo que nos ha costado obtener esta finca de Calderetas? Vamos hacia allá y por el camino te contaré las fatigas de los últimos quince días.

 

Salimos de casa del “Moreno”. Es domingo, la gente guarda fiesta, pero ha circulado ya por el pueblo la noticia la llegada del informador de CLARIDAD y del secretario provincial  de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra de la provincia de Toledo, Orencio Labrador. Las puertas de las chatas casucas de Villamiel empiezan a echar gente. Las calles se llenan del alegre griterío de chiquillos y mujeres. Pronto se forma animada procesión que se encamina hacia la finca de Calderetas, situada a un kilómetro. Cuando llegamos a la finca, acompañados por “el Moreno, las eras de Calderetas ofrecen el bullicio de una verbena. Las familias de los ochenta y tres campesinos que forman la Comunidad de Villamiel parecen borrachas de felicidad. Solo observamos un pliegue de preocupación en las caras de media docena de rostros curtidos y enérgicos; preocupación que no llega a embargar su felicidad. Son el cabezalero y los dos síndicos de la Comunidad, y el presidente y vocales de la Junta directiva de la Sección local de la Federación de Trabajadores de la Tierra. Su preocupación nace del sentimiento de su responsabilidad.

 

Son ochenta y tres familias -nos dice el síndico Víctor Benayas García- de cuya subsistencia somos responsables. No es que estemos acobardados. De ninguna manera. Pero el tiempo se echa encima, hay que empezar enseguida las labores y, si bien tenemos la tierra y los elementos de trabajo, no tenemos, en cambio, dinero para ir abonando jornales y para la compra de semillas.

 

-El ingeniero -para quien solo palabras de elogio podemos tener- nos ha prometido que activará los trámites -interviene el cabezalero, Laureano Díaz-. Pero a lo mejor tendrá que ir el expediente a Madrid, y eso es cosa larga.

 

Orencio Labrador, nervioso como una ardilla, mete baza:

-No se dan cuenta de que en estos momentos, apremiados por lo avanzado de la época y por la necesidad de ganar jornales que tiene nuestra gente, después de tres años de miseria y de persecución, los trámites burocráticos pueden echarlo todo a perder.

 

-Ponga usted esas cosas en papel, insiste el otro técnico, Hilario Rodríguez Bargueño. Nosotros nos sentimos capaces de sacar esto adelante, pero hay que darnos los medios necesarios.

El presidente, Francisco González Valverde, tercia en la conversación:

-Tenemos los 240 corderos, que se pueden reducir pronto a dinero.

“El Moreno”, a su vez, dice en tono de reconvención:

-Ya os he dicho yo que era una tontería no quedarse con los 14 vagones de trigo que tenía el cacique en las paneras de la finca. Claro que era una ruina pagárselos, como él quería, a precio de tasa. Pero eso, andando el tiempo, hubiera tenido sus más y sus menos. Por de pronto, nosotros hacíamos dinero y poníamos panadería propia de la Comunidad.

-Sí, pero el ingeniero… -apunta Benayas.

-El ingeniero tiene un cargo oficial, y no iba a echar abajo la ley. Aunque sepa, como lo sabemos todos, que nadie ha cumplido la tasa del trigo. Hay que hacerse cargo de las cosas.

 

Penetramos en la casa de labor. Hay un primer patio rectangular; a la derecha las paneras, a la izquierda los establos del ganado mular y caballar. Un equipo de criados del cacique expropiado está cargando el trigo de las paneras para llevárselo. El amo no queda en mitad de la calle por ahora. Posee en otro término municipal una dehesa de 2.000 fanegas, y en Villamiel mismo tiene algunas parcelas, aunque sobre éstas haya sus más y sus menos, como dice “el Moreno”.

 

Los mozos de Villamiel penetran también en las cuadras. Hay en sus ojos la alegría de quien ve convertido en realidad un bello sueño. Pasan la mano con cariño por el lomo de las bestias, y aunque no lo dicen se adivina su secreto de pensamiento: “¡Nuestras, son nuestras!”.

-Ya estamos sobrando gente aquí, grita el cabezalero. Dejad tranquilas a las mulas.

Son veinte los animales. Están bien cuidados. Lo estarán mejor de aquí en adelante. Orencio Labrador nos lo asegura sin titubeos.

-No hay mulas mejor cuidadas y más mansas en toda la provincia de Toledo que las que tienen las Comunidades de Campesinos. Dimas Madariaga -que aún tiene influencia, por lo visto, en algún ministerio- ha engañado al ministro de Trabajo diciéndole que había que excluir a los gañanes del turno riguroso, porque no es posible habituar a las bestias a trabajar con gañanes que se turnan todas las semanas. En las Comunidades de campesinos se turnan los gañanes todos los días y, como te digo, no hay mulas más mansas y mejor cuidadas. Naturalmente, las cuidan como cosa propia y la cabezaleros y síndicos están siempre vigilantes.

 

El primer patio se comunica por un ancho portalón con otro, muchísimo mayor, a uno de cuyos lados hay un cobertizo con las pesebreras de los bueyes. Son veinte. Los comuneros los distinguen ya con nombres irreverentes.

 

Nos enseñan muy ufanos el caballo semental, y el cuarto donde están los arreos, collares, mantas, cinchos.

 

Salimos de nuevo a las eras que ofrecen un espectáculos indescriptible. Los zagales han arreado hacia ellas el rebaño de ovejas y el rebaño de corderos. Las mujeres y los chavalillos, locos de alegría, rodean “sus” rebaños, acarician a “sus” corderillos, gritan, palmotean, aprietan el puño con el brazo enhiesto. En Villamiel, como a lo largo de todos los pueblos de Toledo que hemos cruzado en automóvil, hemos visto alzarse millares de brazos de campesinos y campesinas en un saludo proletario que era como un aldabonazo del corazón vibrante de fe socialista. Y para que no haya lugar a confusiones, saludan con el brazo izquierdo. A tal punto llega su aborrecimiento de todo lo que significa derechas.

 

Los mozos quieren retratarse a lomos de las mulas y de los asnos. Con el brazo enhiesto y el puño cerrado, naturalmente. “El Moreno” acaricia las manceras de los arados que se alinean a un extremo de las eras.

 

Aprovechamos el respiro que nos da el compañero Alfonso, que se afana en formar grupos, para conversar tranquilamente con el cabezalero y con los síndicos de la Comunidad de campesinos de Villamiel.

 

-La finca tiene unas 1.200 fanegas. La hoja de barbecho es de 388 fanegas y hay 132 sembradas. Hay 3 fanegas de regadío sembradas de alfalfa. De viña y olivos, unas 11 fanegas. Los prados, eriales, era y ejido suman 120 fanegas. Estamos revisando todas las tierras a fin de hacer nuestro plan de trabajo.

-El terreno aquel cerca del puente, interviene “el Moreno”, está muy bien para sembrar patatas. La patata rinde mucho. Hay que pensar en el invierno que viene.

 

El cabezalero y los síndicos asienten. Ellos han echado encima una carga pesada, pero están contentos.

-La viña está echada a perder – dice uno.

-Lo principal es que vengan pronto los créditos. Si llegan a tiempo, no hay cuidado.

 

El presidente de la Sociedad de Trabajadores de la Tierra interviene:

-Ponga uste en el papel que todo eso que andan diciendo por Toledo y por Madrid los de la CEDA es mentira. En Villamiel no ha habido el más pequeño desorden ni se ha hecho daño alguno en la finca. ¡Estaríamos locos para estropear lo que es nuestro! La prueba la tiene usted en que el gobernador envió al ingeniero del Instituto para que legalizase todo.

“El Moreno” agrega:

-Voy a contarse lo que nos pasó con la Guardia Civil. Llevábamos ya una semana en la finca, después de haber enviado al gobernador el acta de toma de posesión, con el inventario que habíamos hecho. Estábamos preparados, por si los caciques intentaban algún golpe de mano, valiéndose de sus criados. Pasaban días y el señor gobernador no contestaba. Ya no teníamos ni provisiones para la gente nuestra. ¡Y en la casa de labor había una cantidad grande de sacos de patatas! Pues bien; no quisimos tocarlas, sino que se las compramos al mayordomo. Al fiado, claro está … Al fin llega la Guardia Civil y nos hace llamar. Estaban del lado de allá del arroyo. Fui yo, con el mayordomo… muy pegado a él, por si acaso. El oficial que mandaba la fuerza me gritó: “¿Qué hacéis en la finca?” “Esperar a que el ingeniero venga a entregárnosla oficialmente” le contesté. “¿Han hecho algún daño?”, le preguntó al mayordomo, “Al contrario -contestó éste-. Nos ayudan a cuidar de los animales”. “Entonces, no tenemos por qué intervenir. Eso tienen que arreglarlo en Toledo”.

- Y en Toledo lo arreglaron. Vino, al fin, el técnico y nos dio posesión. Antes nos reunió a todos los que íbamos a ser asentados, y decidimos por unanimidad que el cultivo fuese colectivo. No hubo la menor discrepancia.

- Parcelar las tierras – interviene “el Moreno”- es condenar a la gente a matarse trabajando, sin poder atar cabos al fin del año. Vaya usted a Novés. Allí parcelaron una gran finca hace cuatro años. Mañana precisamente les entrega el Instituto otra, la de San Silvestre. Pues bien, escarmentados por los resultados de la parcelación, han decidido trabajarla colectivamente. Hasta los que tienen parcelas del año 1932 quieren fundirlas y trabajar juntos en una sola Comunidad.

 

El presidente de la Sociedad nos alarga el acta de constitución de la Comunidad de campesinos de Villamiel. Dice así:

“Acta de la sesión celebrada para el nombramiento de cargos y régimen de explotación de la Comunidad de asentados de la finca de Albadalejo o Calderetas, del término de Villamiel, de Toledo.

En el pueblo de Villamiel, de Toledo, a primero de abril de 1936 y hora de las cinco de la tarde, se reunió en asamblea extraordinaria la Comunidad de Campesinos, formada para la explotación de la finca de Albadalejo o Calderetas de este término municipal, bajo la presidencia del ingeniero agrónomo D. Antonio Elías Núñez, en representación del Instituto de Reforma Agraria, asistido por el perito agrícola del Estado D. Francisco Martín Abad, Abierta sesión por el señor presidente advierto que se va a proceder a la elección de la Directiva de esta Comunidad, formada por un cabezalero y dos síndicos, siendo elegidos por unanimidad para el primer cargo el asentado Laureano Díaz Benayas, y para los segundos los asentados Santiago Benayas Gómez e Hilario Rodríguez Bargueño. También por unanimidad se acuerda que el régimen de explotación de la finca de la Comunidad ha de ser el de explotación colectiva. Y sin más asuntos, etc.”

 

Y con esto queda puesta en marcha la nueva explotación colectiva. Firman el acta, el presidente de la Sociedad, por los obreros organizados, y otro asentado más, por los no organizados.

-Claro está -nos dice el presidente- que todos acaban por entrar en la organización, salvo alguno al que no lo queremos, porque perdonamos las debilidades, pero no las traiciones. A los que nos abandonaron acuciados por el hambre, les tendemos nuestro brazo de hermanos. A los traidores no, porque volverían a traicionarnos. Traerían la cizaña a la Sociedad.

-¿Ha quedado resuelto con este asentamiento el problema del paro en el pueblo?

-No, señor. Quedan todavía unos cuarenta jornaleros. Se lo hemos hecho constar al ingeniero y esperamos que bastará su informe para que el Instituto resuelva lo conveniente, sin que nosotros tengamos que dar el aldabonazo que dimos en Calderetas. Tierras hay, y buenas. Los caciques no quedan todavía desarmados. Existen dos fincas de 600 fanegas cada una que resolverán el problema de los de este pueblo, y quizá contribuyan a aliviar el de algún pueblo vecino. Todo puede arreglarse con buena voluntad.

Es la una de la tarde y el presidente de la Sociedad quiere llevarnos a comer. Esto nos dará ocasión para seguir conversando acerca de los problemas de estos buenos campesinos toledanos. Un comunero carga a toca la chiquillería en el carro de la finca. Las personas mayores toman el atajo mientras los informadores cruzamos en auto el arroyo para entrar en el pueblo por el camino que arranca de la carretera general. “El Moreno” va en el estribo. Pasamos un puentecito; cruzamos a continuación frente a una casa abandonada antes de quedar concluida. Debe llevar así bastante tiempo; los yerbajos han crecido en lo alto de las paredes de adobe reforzadas con columnas y arcos de ladrillo. “El Moreno” nos explica:

-Iba a ser nuestra Casa del Pueblo. Empezamos a levantarla el año 33, con el trabajo personal de todos nosotros. Ya teníamos levantadas las paredes maestras. Queríamos que fuese una de las mejores de Villamiel. Pero vinieron malos tiempos.

-¿Octubre? – preguntamos.

-No. Junio, cuando la huelga de campesinos. Nos cerraron la Casa que teníamos y nos obligaron a suspender los trabajos en ésta. ¡El veneno que nos metían en el cuerpo con sus sonrisitas y sus burlas! Pero ahora nos reiremos nosotros, y tendrán que tragar quina ellos. Porque la vamos a construir y a mejorar.

 

Torcemos hacia la actual Casa del Pueblo. Más humilde no puede ser. Así se reunían, probablemente, los primitivos cristianos, los que tenían fe y sufrían estoicos las persecuciones, lo que no hubieran pertenecido jamás a la CEDA y se habrían horrorizado oyendo a Madariaga. Piso de tierra, tejavana arriba, unas hileras de bancos de pared a pared, una mesa para la presidencia, y detrás la silla del presidente, un cromo: Pablo Iglesias dirigiendo la palabra a los obreros. Junto a Iglesias unas figuras conocidas de todos: Caballero, Besteiro, Cordero, etc. En una pared lateral hay un cuadro de propaganda ante el cual se extasían todos. Representa a una campesina, sana y alegre, con una vaca. El texto está en francés. No lo entienden, pero saben que es una cosa de sus hermanos, los campesinos de Rusia. Esto les basta, para concederle el sitio de honor, frente a la puerta de entrada. Yo les explico lo que dice el texto francés y el significado que tiene dentro de la marcha del movimiento colectivo en los campos de Rusia:

-Los caciques, dueños de la tierra, y sus defensores, los periódicos cedistas y los curas, intentarán asustaros con el espantajo de que el socialismo conduce al hambre y a la miseria. No les creáis. Ahí tenéis ese cartel de propaganda, uno de los muchos que han hecho los comunistas rusos durante el segundo plan quinquenal. En ese cartel dicen “Nosotros queremos -y trabajaremos- para que toda familia campesina tenga en su casa, para su beneficio exclusivo, una buena vaca lechera”. Es decir, que, además, de la parte que le corresponde por su trabajo en la Comunidad de campesinos -el koijós, como allí le llaman-, quieren que disponga de una vaca para beber leche, vender el sobrante a la Cooperativa y comprar con el producto las comodidades que le plazca.

-¡Ya nos contentaríamos nosotros con un guarro! -murmura a mi lado un villamielano.

 

Observo a todos mis oyentes. Veo que mi explicación era casi innecesaria. No se asustan de espantajos. A medida que avanzan por el camino de su propia revolución van comprendiendo la revolución que tuvo lugar en la lejana Rusia. Lo terrible, lo verdaderamente horrendo, no es el socialismo, el trabajo en común, sino el caciquismo latifundista y clerical.

 

¿Van a estar peor que los tres últimos años? No es posible. Para hambre, la que a ellos les han hecho pasar estos madariagas, que se ponían roncos hablando de la Rusia.

 

Lázaro.










Orencio Labrador, con pañuelo en el cuello, en el centro de la imagen.

Orencio Labrador, con pañuelo en el cuello, a la izquierda de la imagen.



¿Adela (hija de "El Moreno"?

Río Guadarrama al fondo.

Orencio Labrador Maza, con pañuelo en el cuello y boina, en primer plano.

Estanislao Rodríguez "El Moreno".

Orencio Labrador Maza, con pañuelo en el cuello y boina al brazo, a la derecha.

Orencio Labrador Maza, con pañuelo en el cuello, a la izquierda.

Orencio Labrador Maza, con pañuelo en el cuello, en el centro.

Vehículo cruzando el arroyo de Renales con "el Moreno" con el brazo en alto.

Edificio situado en las inmediaciones de la finca, actualmente derribado.

Casa de labor de Calderetas (2023, cortesía de José Antonio Téllez de Cepeda García).

Fuentes

 

-       Fundación Largo Caballero.

 

Notas:

 

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